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domingo, 5 de junio de 2011

“Parménides y el Ser”

                 Hoy voy a regalarles una bonita anécdota existencial y un extravagante juego de palabras para comerse el coco, tan extraño y fascinante éste último que nunca más, tras leerlo, volverán a ser los mismos. Hace muchos, muchos siglos, vivió en la península Itálica, en la ciudad de Elea, un griego llamado Parménides. De semblante serio, mirada adusta y egregia y paternal barba blanca, Parménides paseaba a menudo seguido de sus discípulos que, sedientos del conocimiento y la ciencia que les ofertaba el maestro, trataban en vano de descifrar uno de los primeros y más grandes descubrimientos de la filosofía, una inescrutable verdad, que en forma de acertijo escrito en verso, traería de cabeza a todos los pensadores posteriores de la historia. Entre cerrando los ojos y ante el silencio del alumnado presente, Parménides sentenciaba, como poseído por una verdad divina ajena a él, “El Ser es y el no ser, no es”. Ahí es nada (Mal dicho, por cierto. Ya lo entenderán más adelante). Bien leído, es decir, leído con detenimiento y digerido o reflexionado, la sentencia de Parménides de Elea le parece, a más de un ciudadano, una de esas verdades de Perogrullo. ¡Hombre, claro! ¿Cómo es posible que no sea el Ser, si el Ser, de por sí mismo “es”? ¡Es imposible que “no sea”! Eso le corresponde al No-Ser. Lejos de darle la fama a Perogrullo, Parménides manifestó, por primera vez en la historia no sólo una de las principales leyes de la lógica (El Principio de Identidad, donde se declara que A es igual a A y que es distinto, irreconciliablemente de No-A, las cosas claras, por favor), y no sólo eso, sino que realizaba una declaración de principios sobre el conocimiento humano. Para entender cualquier cosa, sólo la razón es la herramienta útil. Los sentidos, engañosos de por sí, no solucionan los problemas interiores del pensamiento. Entender es un problema que necesariamente se soluciona con pensar, por eso, “El Ser y el Pensar” son lo mismo, añadía Parménides para cerrar el enigma filosófico. Tal enigma no es tan extraordinario. El Ser o la “existencia”, si lo prefieren, sólo adquiere sentido dentro del campo del pensar ¿Quién sino proporciona una explicación satisfactoria a las preguntas que ustedes se realizan, tales como el sentido de sus vidas, el por qué de su existencia, a dónde va a parar el alma tras la muerte? Pues el pensar. Así que una cosa lleva la otra. Esto lo entiende cualquiera, tal es así que en una ocasión conocí a un taxista que me lo demostró, durante una conversación en su taxi, al más estilo parmenídeo. Desde aquí un abrazo a Manolo, el entrañable taxista onubense que, poeta en sus ratos libres entre carrera y carrera o parada y parada, escribió un poema que conservo con cariño, titulado “Del Ser es el ser y del No Ser la nada”. Cuando el locuaz taxista conoció mi condición filosófica, le faltó tiempo, detenidos en un semáforo en rojo, para sacar su maltrecho portafolio y leerme como si estuviésemos en una de aquellas tertulias poéticas que montaba María Zambrano, la filósofa-poeta, en su casa de Málaga. “Del Ser es el ser y del No-Ser es la nada, o más bien hablar del No-Ser y Nada es lo mismo, más aún, ¡No se puede! ¿Pero cómo quiere hablar usted de algo que no existe? ¿Estamos locos o qué? El buen taxista, ajeno al mundo de la filosofía profesional (benditos amateurs), se sintió fastidiado cuando le conté que su original poema ya tenía precedentes clásico. De cualquier forma se sintió satisfecho de haber llegado por sus propios medios hasta la verdad de un griego del siglo VI antes de Cristo. Jueguen al acertijo de Parménides y sean participes del pensamiento, que nunca está de más, déjense invadir por la trascendencia y asuman que su existencia y su pensamiento son uno. Encontrarán el sentido de sus vidas.

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