Después de varias semblanzas filosóficas y anécdotas biográficas de esos personajillos, llenos de energía vital, que son los filósofos, entre ellos en artículos anteriores, Parménides de Elea, Heráclito de Éfeso o Diógenes de Cnido, hoy dedicamos estas líneas a la secta del número y a su fundador, Pitágoras de Samos. La primera vez que tuve contacto con Pitágoras fue, al igual que les ha ocurrido a ustedes, en mi época escolar, un territorio idealizado y mágico en la memoria. Cuando los niños apreciaban la escuela y respetaban a los profesores, cosa rarísima hoy, todo el conocimiento transmitido tenía resonancias míticas y misteriosas. Uno de esos conocimientos arcanos era el teorema de Pitágoras. Yo imaginaba al bueno de Pitágoras como un sano y maduro griego barbado, encerrado en una estancia a la luz de un candil de aceite de oliva, rodeado de legajos y papiros llenos de signos matemáticos. Con el tiempo descubrí que Pitágoras tal vez ni existió. No existe testimonio escrito del Pitágoras histórico, por lo que tiene todos los tintes de ser un personaje legendario que si tal vez no existiera, si es posible que tras su nombre se escondieran dos o varios filósofos y matemáticos de su tiempo. Nació y vivió en la isla de Samos, el mismo misterioso enclave que sirvió de inspiración para que San Juan Evangelista redactase durante un delirio extático el Apocalipsis o libro de las Revelaciones. Samos es una isla que inspira sin duda a eso de la filosofía y el misticismo. Lo que si está históricamente demostrado es que alguien, ese Pitágoras legendario, fundó una escuela filosófica que estaba rígidamente dirigida por unas reglas o disciplinas muy parecidas a las que siguen los frailes. Sus discípulos, los pitagóricos, integrantes, e intrigantes, de la secta de los números, si fueron muy conocidos. Los que ingresaban en la secta pitagórica renunciaban a sus familias y a sus posesiones, iniciando una nueva vida representada en el simbólico ritual del “Taurobolium”, donde el iniciado era desnudado y bañado en la sangre de un toro degollado, simulando el momento del parto. Vestían túnicas blancas que los distinguían del resto, severos vegetarianos, tenían voto de castidad y silencio y juraban por el “tetractis”, una formulación de la divinidad de los números. La secta de los números no tenían exclusivamente una intención contemplativa y religiosa; los pitagóricos defendían particulares proyectos políticos con los que trataban de desbancar a los tiranos de las ciudades-estado griegas para dirigir ellos la sociedad desde unos patrones muy utópicos. Ni que decir tiene que eso no les convertía en personajes populares en el campo de la política, por lo que fueron perseguidos. Los pitagóricos habían tomado prestadas muchas creencias religiosas procedentes de la primitiva religión griega llamada “orfismo”, entre ellas la creencia irracional de la inmortalidad del alma y la posibilidad de la reencarnación. Los seguidores de Pitágoras estaban convencidos de que la esencia del mundo real son los números, entes matemáticos, abstractos, perfectos, base de todo lo existente y por lo tanto poseedores de cualidades divinas dignas de la adoración religiosa. Creencias místicas aparte, la intuición numérica de los pitagóricos es perfectamente asimilable en nuestra realidad ¿no se preguntan hasta que punto los números participan en nuestra vida? ¿no estamos determinados por una talla y peso numéricos? ¿y nuestra ropa, no sigue un canon numérico? Todo es nuestro mundo digital siguen el patrón de los ceros y los unos, el índice de coeficiente de inteligencia se mide en números al igual que las calificaciones de los niños en los colegios, el DNI, el número de la seguridad social. La ciencia, además de su dimensión práctica, siempre desemboca en un ejercicio de matemática. Física, química, economía, administración, todo es número y todo depende de ellos. Se atribuye a Pitágoras la sentencia “la ciencia de los números y la fuerza de la voluntad abren todas las puertas del Universo”. Nadie sabe a ciencia cierta cómo murió Pitágoras. Se dice que murió de repente sobre un bancal de habas, legumbre que los pitagóricos consideraban impura, pero otras versiones dicen que murió tras sufrir una plaga de piojos que terminaron por devorarlo. Quién sabe, tal vez se detuvo a contarlos y se entretuvo en calcularlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario